La evangelización en marcha

"Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios." Hechos 20:24

Nombre: Francisco Aular
Ubicación: Toronto, Ontario, Canada

lunes, marzo 27, 2006

"Seamos agradecidos."


“Así que nosotros, que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos. Inspirados por esta gratitud, adoremos a Dios como a él le agrada, con temor reverente”. Hebreos 12.28 (NVI) “….y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” Lucas 17.16-18 (RV60)
Amado(a) en Cristo:
Guardo muchos recuerdos de los primeros tiempos en que aprendí a leer y a escribir. Aquellos mis libros primarios, venían cargados de relatos, poesías, anécdotas, fábulas y cuentos que nos enseñaban que la vida estaba delante de nosotros y que debíamos entrar a ella reconociendo y viviendo los verdaderos valores fundamentales para la formación del carácter, habíamos de hacer nuestras las virtudes cristianas como el amor, la esperanza, el valor, la gallardía, la gentileza, la generosidad. Etcétera. Entre aquellas cualidades, también resaltaba la gratitud. ¿Qué es la gratitud? Es el sentimiento que mueve a estimar el beneficio recibido y a corresponder a él de alguna manera. Miguel de Cervantes dijo: “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que se reciben” La gratitud debiera ser nuestra compañera de viaje, desde que tenemos razón de ser hasta el día de nuestra salida de este mundo. La gratitud no es solamente para sentirla, sino para expresarla. Pero como decía al principio, uno de mis relatos favoritos en aquellos años de mi niñez, era el siguiente: Un pobre esclavo de la antigua Roma, en un descuido de su amo, escapó al bosque. Se llamaba Andrócles. Buscando refugio seguro, encontró una cueva. A la débil luz que llegaba del exterior, el muchacho descubrió un soberbio león. Se lamía la pata derecha y rugía de vez en cuando. Andrócles, sin sentir temor, se dijo: -Este pobre animal debe estar herido. Parece como si el destino me hubiera guiado hasta aquí para que pueda ayudarle. Vamos, amigo, no temas, vamos... Así, hablándole con suavidad, Andrócles venció el recelo de la fiera y tanteó su herida hasta encontrar una flecha profundamente clavada. Se la extrajo y luego le lavó la herida con agua fresca. Durante varios días, el león herido y el hombre compartieron la cueva. Hasta que Andrócles, creyendo que ya no le buscarían se decidió a salir. Varios centuriones romanos armados con sus lanzas cayeron sobre él y le llevaron prisionero al circo. Pasados unos días, fue sacado de su pestilente mazmorra. El recinto estaba lleno a rebosar de gentes ansiosas de contemplar la lucha entre aquel hombre y la bestia feroz. Andrócles se aprestó a luchar con el león que se dirigía hacia él. De pronto, con un espantoso rugido, la fiera se detuvo en seco y comenzó a restregar cariñosamente su enorme cabeza contra el cuerpo del esclavo.-¡Sublime! ¡Es sublime! ¡César, perdona al esclavo, pues ha sojuzgado a la fiera! -gritaron los espectadores. El emperador ordenó que el esclavo fuera puesto en libertad. Lo que todos ignoraron fue que Andrócles no poseía ningún poder especial y que lo ocurrido no era sino la demostración de la gratitud del animal...

“Seamos agradecidos” Comencemos por agradecer a Dios, así, lo cantó David en el Salmo 103: “Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas”. (NVI) JESÚS, nos enseñó que Dios espera de nosotros una actitud de gratitud. Vemos al Señor sanar a diez leprosos, pero solamente uno de ellos mostró su gratitud. El Señor al ver las muestras de agradecimiento de aquel hombre, exclamó: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” Mis amados aunque es imposible conocer o comprender el corazón del ser humano, podemos saber muchas cosas sobre él, una de ellas es que en el corazón del ser humano, existe mucha ingratitud hacia Dios, su Hacedor. Confieso, que yo no sabía agradecer al Señor como era debido, fue algo que me correspondió aprender. Comencé por agradecer al Señor por la comida. Aprendí a orar, dándole gracias a Dios por los alimentos. A principios sentía un poco de vergüenza al hacerlo. Hoy siento vergüenza si no lo hago. No me importa en donde esté y de quien o cual sea mi invitado a la mesa. He tenido experiencias preciosas al hacerlo, también me cuido mucho no ser rutinario al hacer esa sencilla oración. Leí acerca de un campesino cristiano que fue a la ciudad a vender sus mercancías, aprovechó el viaje para la ciudad para visitar a su sobrino quién estudiaba en la universidad. Fue invitado por algunos de los compañeros de estudios de su sobrino a comer con ellos. El hombre del campo era también un gran cristiano. Antes de comer delante de todos, se quitó el sombrero e invitó a los jóvenes a orar. El joven se sintió avergonzado por la actitud de su tío y le dijo que eso de dar gracias ya no se usaba en la ciudad. Que orar por los alimentos era una costumbre anticuada y no se veía bien hacer eso en un lugar público. Todos los compañeros de clase del joven estaban asombrados por la sinceridad de aquel sobrino con su tío. Más se asombraron con la respuesta del tío. El campesino le dijo al joven que en su hacienda también había algunos que no daban gracias a Dios por los alimentos, y no vivían en la ciudad. El joven sintió alegría porque creía que había convencido a su tío: “¡Ya ve usted que es verdad lo que le digo! Pero dígame ¿quiénes son los que no dan gracias antes de comer en su hacienda? El campesino le contestó lacónicamente: “Mis cerdos”…
“Seamos agradecidos” Con los que nos han ayudado a ser lo que somos. Soy de esos que le encanta ir a los eventos públicos. Especialmente las graduaciones. Ver aquellos que coronan con un triunfo la carrera universitaria que han hecho, me entusiasma. Admiro lo que los seres humanos somos capaces de ser y hacer. Todavía me acuerdo especialmente de una ocasión en que el graduando con mayor éxito y ganador del primer premio, pasó al escenario, entre los aplausos de familiares y amigos. Sus profesores y compañeros de promoción se pusieron en pie. El público también. Tomó el micrófono en sus manos. Todos hicieron silencio. “¡Muchas gracias!”, “¡Muchísimas gracias!” Dicho esto, se tomó un largo tiempo para agradecer a las personas que le habían ayudado, entre los cuales estaban:-sus profesores, la familia, los amigos y muchos otros- Recuerdo que sus palabras finales fueron: “¡No lo hubiera podido hacer solo!” De este mismo parecer era Sir Isaac Newton, el Padre de la Física, dijo: “Si he podido ver más allá que otros hombres, es porque estoy encaramado sobre los hombros de gigantes.” Perdónenme que haga alusión personal. Pero en mi caso, no hay un día que no exprese al Señor mi gratitud por haberlo conocido espiritualmente, por haber nacido de nuevo. También recuerdo a las primeras personas que me hablaron de JESÚS, y me enseñaron esas verdades eternas del evangelio. Imposible olvidar a mis pastores, diáconos, hermanos y hermanas que se invirtieron en mí. Punto aparte merecen mis colegas y discípulos con los cuales el Señor me premió al tenerlos a mi lado, por un poco de tiempo de mi vida. Tampoco se me olvida el lugar humilde, desde el punto de vista económico, en el cual nací. Agradezco al Señor por mis padres, mis hermanos y los que me cuidaron cuando yo no podía valerme por mí mismo. Guardo en mi corazón como si fuera un tesoro el recuerdo de mis primeros maestros y luego, los profesores en mi secundaria y el seminario. Porque no decirlo aquí una vez más, a mi familia cercana que formé con mi esposa Mary, mis hijos que nacieron en la casa pastoral y que ahora adultos sirven al Señor con gozo con sus cónyuges e hijos. ¡Verdaderamente, ellos son los gigantes sobre cuyos hombros estoy montado! ¡Alabado sea el Señor!

“Seamos agradecidos” a Dios por Su Divina Providencia. La Divina Providencia es la suprema sabiduría de Dios que rige el universo y a los seres humanos y cuida de ellos. Nuestro mundo y nosotros los que habitamos en él, no somos frutos de la casualidad, ni por un golpe de suerte llegamos aquí. Dios preserva y gobierna este mundo, sin que se le escape un solo detalle. Cada momento, Dios hace provisión a nuestro favor para que se cumplan Sus fines y propósitos. El sólo meditar en estas cosas me lleva a expresar de todo corazón: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” Romanos 11.33 (RV60) Sin embargo, muy pocas veces expresamos nuestra gratitud hacia Dios por Su Divina Providencia. Dios nos libra a cada paso de tentaciones, de peligros y hasta de la muerte, pero nosotros lo atribuimos a la “buena suerte” que tenemos. Por ejemplo, existen personas que nunca han orado a Dios en alabanza por lo que Él, es. Y acciones de gracias por lo que Él, hace. Otras personas que saben estas cosas, pasan años sin orar. Yo creo que un buen ejemplo sobre eso es el siguiente: Se dice que en cierta ocasión, un barco fue sorprendido por una terrible tempestad. Los rudos marineros de aquel barco estaban acostumbrados a las tormentas, pero nunca se habían visto en una semejante como aquella. Perdieron toda esperanza de salir con vida, y empezaron a buscar entre ellos a alguien que por lo menos orara a Dios para que los sacara de aquel trance. Uno de los marineros dijo el nombre de uno de ellos, diciendo que este marinero era el mejor de ellos, moralmente hablando, y por lo tanto sería la persona indicada para que orara a Dios. Este marinero que era el mejor de todos, dijo: “Pero…si hace como quince años que yo no oro a Dios” “¡Qué importa!”, le dijeron sus compañeros, “tú eres el mejor entre nosotros. Ora a Dios para que nos libre de esta tempestad.” Entonces aquel marinero se quitó su gorra negra, que bien se parecía a su propio corazón, inclinó su cabeza, y cerrando sus ojos dijo: “¡Oh Dios, si nos libra de esta tempestad, te prometo no molestarme más…por otros quince años!”… ¿Qué tanto hace que tú no oras? ¿Cuánto tiempo llevas sin que tus lágrimas de gratitud mojen tus ojos y tus mejillas? ¿Desde tus días de la niñez para complacer a la abuela? Deja por un momento de leerme y clama al Señor. Pídele que te perdone. Pídele que Su Santo Espíritu llene tu espíritu. Pídele que Su Palabra, la Biblia te ilumine y encuentres el regalo de tu nuevo nacimiento por la fe. Pídele que puedas encontrar una familia espiritual, una iglesia local en que puedas desarrollar y crecer y madurar en Él. No viniste a este mundo por casualidad, eres parte del propósito de Dios para hacerlo mejor. ¡Comienza hoy!
“Seamos agradecidos” He vivido bastante, y conozco también la maldad que habita en mi propio corazón y los demás seres humanos. Vivo en guardia para mantenerlo en la raya. Lo doloroso es que no solamente somos ingratos hacia Dios, sino que también los somos muchas veces hacia nuestros padres a quiénes tanto debemos en el pasado, nuestras parejas e hijos con las cuales compartimos el presente. Somos ingratos hacia quienes nos han enseñado en la educación y en la labor que hemos aprendido para vivir. Lamento que hasta en nuestra órbita eclesiástica, seamos mal agradecidos y desleales. Eso explica porque vamos de casa en casa, de trabajo en trabajo y de iglesia en iglesia. Somos ingratos con nuestros compañeros de trabajo y de estudio. ¿A quién le echamos la culpa de nuestros fracasos en ser agradecidos? Hace poco leí algo que me pareció realmente acertado y de gran sentido común. Se trata de una forma de medir a las personas. Consiste en observar como valorar a quiénes nos rodean. La gente para la cual todos sus compañeros son estupendos, sus familiares formidables y los que están en autoridad como sus jefes, buenas personas, es que ellos mismos son estupendos, formidables y buenas personas. Y, por el contrario, las personas que no ven más que defectos en todo el que tiene alrededor, generalmente son ellos los que están llenos de defectos. Por otra parte, un buen lugar para comenzar a ser agradecidos es en nuestro propio corazón, porqué si de veras somos de JESÚS, como lo aconsejó San Juan: “Debemos andar como él anduvo” Su vida fue una vida llena de acciones de gracias. Igualmente aconsejó el apóstol Pablo: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? 2 Corintios 13.5 (RV60)
Amados míos: No obstante, en nuestra relación con Dios, he descubierto una verdad que me llena de inmensa gratitud hacia Él. A pesar de nuestra ingratitud, Dios nos ama porque, Él es amor. Con toda seguridad Su consejo nos beneficiará más a nosotros y a nuestro prójimo que a Dios mismo, por lo tanto, escuchémoslo una vez más: “Seamos agradecidos”
Pastor y amigo
Francisco Aular
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