El triunfo del Crucificado
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza (2 Corintios 8.9) ….“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. (1 Corintios 2.2)
Estimada amiga, estimado amigo:
Un día como hoy, Jueves Santo, acepté el Regalo de la Vida Eterna en JESUCRISTO, de eso hace 43 años. ¡Alabado sea el Señor por tanta misericordia para conmigo y los míos! Nada de orgullo, por todos esos años que me mantengo en la marcha que emprendí, siendo un jovencito de 17 años, Él y sólo Él, merece toda la gloria y honra.
Pero bien, vayamos a nuestro tema de hoy. Veamos.
Juan Jasper era un gran predicador afro americano de Richmond, aquí en Virginia. Gente de todas partes y de todos los grupos étnicos, venían a sus predicaciones, y llenaban su iglesia cada domingo para oír sus poderosos mensajes evangélicos. Un día estaba predicando sobre el cielo, y al llegar al punto culminante de su sermón, la emoción lo venció y no pudo continuar. Le indicó a su congregación que saliera al mismo tiempo que él se encaminaba hacia su oficina. Nadie se movió. Pero antes de llegar a la puerta, se impuso su voluntad, volvió al púlpito, y termino su mensaje. Prácticamente con el corazón en la mano, así le habló a su congregación: “Uno de estos días Juan Jasper va a morir. Irá al cielo y caminará por las calles de oro. Un ángel se le acercará y le dirá: “Juan Jasper, ¿no quieres tu manto que ha sido lavado por la sangre del Cordero?” Y yo le diré: “Sí, señor ángel, sí quiero ese manto, pero antes que todo quiero ver a mi Señor Jesús” -Continuó diciendo el predicador: “Iré por la calle y me encontraré con otro ángel que me dirá: “Mira Juan Jasper, ¿no quieres la corona con tantas joyas incrustadas representando las almas que has conducido a Jesús?” Y yo, le diré: “¡Sí, poderoso ángel, yo quiero esa corona, pero antes de todo quiero encontrar a mi Señor Jesús, arrojarme a sus pies, y darle gracias por haber salvado a un pecador como yo!” ¡Estos son los efectos del triunfo del crucificado sobre los cristianos nacidos de nuevo: amor, fe, esperanza, confianza y seguridad como la que poseía Juan Jasper!
Sin embargo, a nadie se le escapa el hecho innegable de que no es fácil y mucho menos grato mirar al Crucificado pendiendo de la cruz. Pero, “¡Oh profundidad de las riquezas y la sabiduría y de la ciencia de Dios!¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos” (Romanos 11:33) ¡Qué misteriosa paradoja, que hermosa paradoja! Su muerte, fue Su triunfo, y por tanto, el Calvario es el más hermoso espectáculo que ojos humanos puedan contemplar. El espectáculo del Calvario nos habla de un Dios que se hizo como nosotros, un ser humano para ponerse a nuestro nivel e involucrarse en el problema humano: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8.9) ¡Dios reveló Su amor incondicional hacia nosotros sufriendo por nuestra culpa y para adquirir una posición en el cielo para todos aquellos que no solo lo contemplan desde lejos, sino que por la fe han depositado en Él, toda su confianza para la salvación eterna! De esa manera en lo personal, ¡el triunfo del Crucificado es mi triunfo! Su muerte y resurrección por mí no fueron en vano.
De todas las visiones que yo pueda tener mientras viva, la visión del Cristo crucificado es la más elevada de todas, porque ella desenmascara por un lado la vieja naturaleza que vive en mí, presentándola tal y como es aborrecible ante los ojos de un Dios tres veces santo; pero que revela por el otro lado la gracia de Dios, tomando forma de bondad, amor y misericordia infinitas hacia mí como pecador. Por el triunfo del crucificado se me da un destino eterno en el cielo y una misión histórica en la tierra: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20)
El triunfo del Crucificado comenzó en el cielo: “Se hizo pobre, siendo rico”...
¿En donde está el cielo? Es absurdo suponer que todos los lugares que conocemos en este universo, hasta ahora, abarca todo lo que Dios ha hecho en Su creación. Sin embargo a través del telescopio de la fe, podemos ir nosotros mucho más allá que el más desarrollado de los telescopios de los científicos. Viaja conmigo. Vayamos al lugar en que existe un gran mundo girando, más allá que toda la imaginación humana pueda concebir con su finitud. Su capital es la metrópolis de todo el universo. La belleza multicolor y la música de esa ciudad celestial exceden a los límites del talento que el más brillante de los pintores, de los poetas, de los músicos o ángeles pueda plasmar en sus artes. Todos sus castillos son edificados con piedras preciosas y son tan antiguos como Dios mismo. El más anciano de sus habitantes nos testifica que jamás ha visto un enfermo ni un entierro, ni un delito ni una cárcel. Por lo tanto, se desconoce el sufrimiento, el luto y las lágrimas. Los millones de seres que habitan la ciudad, nos informan que ninguno de ellos en el transcurso de su medida del tiempo que es la eternidad, a nadie se le ha visto con arrugas, ni canas, ni en sillas de ruedas o el caminar lento y dificultoso de los ancianos. Nadie tiene dificultad ni para ver, ni para oír. Toda la gente que habita aquel lugar, tienen algo en común: ¡viven en un estado de eterna juventud! Allí los campos son jardines floridos todo el tiempo y las frutas y las cosechas son perpetuas. Aunque se les diera un tiempo de millones de años para responder a preguntas como éstas: ¿Qué es dolor? ¿Qué es tristeza? ¿Qué es muerte? Nadie respondería. ¡Ese más o menos! Es el lugar que los cristianos, llamamos el cielo. ¡Ese lugar era la morada del Señor Jesucristo hace dos mil años! Allí, Jesús se paseaba entre las alabanzas, vítores y honores. Cuando iba por las calles doradas de la ciudad celestial, los seres angelicales de todos los rangos le hacían la venia, se quitaban sus elegantes y costosísimos mantos al igual que sus coronas de lirios y la echaban a Sus pies. A veces andaba caminando, iluminando con Su rostro todos los términos de aquel lugar, se detenía para hablar con cada uno en forma espontánea y familiar, conocía el nombre de cada uno de ellos. Otras veces marchaba en carrozas, tan bellas y veloces que no les dado al hombre comparar.
Tuvo un día la idea de crear un planeta, por cierto el más hermoso de todos y poner a un ser especial, hecho un poco menor que los ángeles como virrey, por eso dijo al Padre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen...” Así creó al ser humano para que administrara aquella parte del reino de Dios. Le dio inteligencia y poder, le colocó una voluntad independiente para que anduviera en comunión con Dios y se conservara en santidad, rindiendo su voluntad humana a la voluntad divina. Todo fue creado bueno y hermoso.
Pero un terrible día, Satanás el enemigo de Dios hizo su entrada en aquel mundo perfecto para apartarlo de Dios. Tentó a Eva y a Adán, y cayeron en la misma trampa del diablo: intentar hacerse igual a Dios. Como resultado, Adán fue echado de la comunión con Dios y fue marcado para siempre con un principio antagónico a Dios que vive desde entonces, en cada ser humano que viene a este mundo: la naturaleza carnal. Como resultado también, hoy tenemos un ser humano caído y en depravación total. Un mundo en ruinas. ¡Por primera vez se oyó un ay en todo lo largo y ancho del cielo! Al oír este quejido y ver la perdición del ser humano, y el veredicto de Dios: “He aquí el hombres es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre...y lo sacó el Señor de huerto del Edén...” (Génesis 3.22,23ª) ¡El ser humano estaba separado (muerto espiritualmente) para Dios! Pero el Señor Jesús fue movido a misericordia y le dijo al Padre: “Sacrificio y ofrendas no quisiste más me preparaste cuerpo. Holocausto y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí vengo, oh Dios para hacer tu voluntad...quita lo primero para establecer esto último...” (Hebreos 9:5-7,9b)
¡Nos podemos imaginar a los seres celestiales, disuadiendo al Señor Jesús de Su plan redentor¡ ¡No, Señor, por favor no lo hagas! _ “Quédate con nosotros”-gritaron los ángeles- Tal vez, hasta el mismo Ángel Gabriel, le dijera: ¡Permíteme tomar tu lugar, Señor!... _No. –respondió Jesús- Es preciso que yo mismo vaya a buscar y salvar lo que está perdido. Es necesario que yo, dé mi vida por el rescate de ellos. ¡Voy a reconciliar al hombre con Dios. Bajaré y moriré por él, no con una muerte cualquiera, sino con una muerte de cruz! Por ello, cuando el Señor se hizo Ser Humano, en aquella primera Navidad, los seres angelicales hicieron un coro que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en la alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2.14) ¡Esa buena voluntad para con los hombres pecadores, de los cuales yo soy el primero, es la del Crucificado! Porque, Él ¡escogió la cruz! Por eso, proclamamos el triunfo del crucificado.
El triunfo del Crucificado fue, es y será, el centro de la predicación del evangelio: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. ( 1 Corintios 2.2) ¡El triunfo del Crucificado fue contundente y total! Por ello, la predicación del Cristo crucificado es mi más alto privilegio! ¡Si de repente un día perdiera la memoria, la pido al Señor que solo me permita recordar una sola cosa: Cristo fue crucificado por mí!
Se cuenta que el pintor Rembrant, plasmó en un lienzo con todo su arte el Cristo crucificado. Pero los asistentes a la exposición se dieron cuenta de que entre la muchedumbre que pedía a gritos la crucifixión del Señor, el famoso pintor holandés, se pintó a sí mismo. Conmovido, lo explicó de está manera: “¡Sí, yo también ayude a crucificar al Señor!” Que diremos de otros de los grandes entre los grandes de la música George Frederic Handel, se cuenta que cuando escribió la última parte de su oratorio El Mesías, fue encontrado de rodillas y llorando. Al compositor alemán, la visión del Cristo crucificado y después reinando como Rey de reyes, lo había conmovido. ¡Nadie puede ser indiferente ante el triunfo del crucificado! Así lo vio un poeta anónimo del siglo XVI, en el famoso soneto: Al Cristo crucificado:
Juan Jasper era un gran predicador afro americano de Richmond, aquí en Virginia. Gente de todas partes y de todos los grupos étnicos, venían a sus predicaciones, y llenaban su iglesia cada domingo para oír sus poderosos mensajes evangélicos. Un día estaba predicando sobre el cielo, y al llegar al punto culminante de su sermón, la emoción lo venció y no pudo continuar. Le indicó a su congregación que saliera al mismo tiempo que él se encaminaba hacia su oficina. Nadie se movió. Pero antes de llegar a la puerta, se impuso su voluntad, volvió al púlpito, y termino su mensaje. Prácticamente con el corazón en la mano, así le habló a su congregación: “Uno de estos días Juan Jasper va a morir. Irá al cielo y caminará por las calles de oro. Un ángel se le acercará y le dirá: “Juan Jasper, ¿no quieres tu manto que ha sido lavado por la sangre del Cordero?” Y yo le diré: “Sí, señor ángel, sí quiero ese manto, pero antes que todo quiero ver a mi Señor Jesús” -Continuó diciendo el predicador: “Iré por la calle y me encontraré con otro ángel que me dirá: “Mira Juan Jasper, ¿no quieres la corona con tantas joyas incrustadas representando las almas que has conducido a Jesús?” Y yo, le diré: “¡Sí, poderoso ángel, yo quiero esa corona, pero antes de todo quiero encontrar a mi Señor Jesús, arrojarme a sus pies, y darle gracias por haber salvado a un pecador como yo!” ¡Estos son los efectos del triunfo del crucificado sobre los cristianos nacidos de nuevo: amor, fe, esperanza, confianza y seguridad como la que poseía Juan Jasper!
Sin embargo, a nadie se le escapa el hecho innegable de que no es fácil y mucho menos grato mirar al Crucificado pendiendo de la cruz. Pero, “¡Oh profundidad de las riquezas y la sabiduría y de la ciencia de Dios!¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos” (Romanos 11:33) ¡Qué misteriosa paradoja, que hermosa paradoja! Su muerte, fue Su triunfo, y por tanto, el Calvario es el más hermoso espectáculo que ojos humanos puedan contemplar. El espectáculo del Calvario nos habla de un Dios que se hizo como nosotros, un ser humano para ponerse a nuestro nivel e involucrarse en el problema humano: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8.9) ¡Dios reveló Su amor incondicional hacia nosotros sufriendo por nuestra culpa y para adquirir una posición en el cielo para todos aquellos que no solo lo contemplan desde lejos, sino que por la fe han depositado en Él, toda su confianza para la salvación eterna! De esa manera en lo personal, ¡el triunfo del Crucificado es mi triunfo! Su muerte y resurrección por mí no fueron en vano.
De todas las visiones que yo pueda tener mientras viva, la visión del Cristo crucificado es la más elevada de todas, porque ella desenmascara por un lado la vieja naturaleza que vive en mí, presentándola tal y como es aborrecible ante los ojos de un Dios tres veces santo; pero que revela por el otro lado la gracia de Dios, tomando forma de bondad, amor y misericordia infinitas hacia mí como pecador. Por el triunfo del crucificado se me da un destino eterno en el cielo y una misión histórica en la tierra: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20)
El triunfo del Crucificado comenzó en el cielo: “Se hizo pobre, siendo rico”...
¿En donde está el cielo? Es absurdo suponer que todos los lugares que conocemos en este universo, hasta ahora, abarca todo lo que Dios ha hecho en Su creación. Sin embargo a través del telescopio de la fe, podemos ir nosotros mucho más allá que el más desarrollado de los telescopios de los científicos. Viaja conmigo. Vayamos al lugar en que existe un gran mundo girando, más allá que toda la imaginación humana pueda concebir con su finitud. Su capital es la metrópolis de todo el universo. La belleza multicolor y la música de esa ciudad celestial exceden a los límites del talento que el más brillante de los pintores, de los poetas, de los músicos o ángeles pueda plasmar en sus artes. Todos sus castillos son edificados con piedras preciosas y son tan antiguos como Dios mismo. El más anciano de sus habitantes nos testifica que jamás ha visto un enfermo ni un entierro, ni un delito ni una cárcel. Por lo tanto, se desconoce el sufrimiento, el luto y las lágrimas. Los millones de seres que habitan la ciudad, nos informan que ninguno de ellos en el transcurso de su medida del tiempo que es la eternidad, a nadie se le ha visto con arrugas, ni canas, ni en sillas de ruedas o el caminar lento y dificultoso de los ancianos. Nadie tiene dificultad ni para ver, ni para oír. Toda la gente que habita aquel lugar, tienen algo en común: ¡viven en un estado de eterna juventud! Allí los campos son jardines floridos todo el tiempo y las frutas y las cosechas son perpetuas. Aunque se les diera un tiempo de millones de años para responder a preguntas como éstas: ¿Qué es dolor? ¿Qué es tristeza? ¿Qué es muerte? Nadie respondería. ¡Ese más o menos! Es el lugar que los cristianos, llamamos el cielo. ¡Ese lugar era la morada del Señor Jesucristo hace dos mil años! Allí, Jesús se paseaba entre las alabanzas, vítores y honores. Cuando iba por las calles doradas de la ciudad celestial, los seres angelicales de todos los rangos le hacían la venia, se quitaban sus elegantes y costosísimos mantos al igual que sus coronas de lirios y la echaban a Sus pies. A veces andaba caminando, iluminando con Su rostro todos los términos de aquel lugar, se detenía para hablar con cada uno en forma espontánea y familiar, conocía el nombre de cada uno de ellos. Otras veces marchaba en carrozas, tan bellas y veloces que no les dado al hombre comparar.
Tuvo un día la idea de crear un planeta, por cierto el más hermoso de todos y poner a un ser especial, hecho un poco menor que los ángeles como virrey, por eso dijo al Padre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen...” Así creó al ser humano para que administrara aquella parte del reino de Dios. Le dio inteligencia y poder, le colocó una voluntad independiente para que anduviera en comunión con Dios y se conservara en santidad, rindiendo su voluntad humana a la voluntad divina. Todo fue creado bueno y hermoso.
Pero un terrible día, Satanás el enemigo de Dios hizo su entrada en aquel mundo perfecto para apartarlo de Dios. Tentó a Eva y a Adán, y cayeron en la misma trampa del diablo: intentar hacerse igual a Dios. Como resultado, Adán fue echado de la comunión con Dios y fue marcado para siempre con un principio antagónico a Dios que vive desde entonces, en cada ser humano que viene a este mundo: la naturaleza carnal. Como resultado también, hoy tenemos un ser humano caído y en depravación total. Un mundo en ruinas. ¡Por primera vez se oyó un ay en todo lo largo y ancho del cielo! Al oír este quejido y ver la perdición del ser humano, y el veredicto de Dios: “He aquí el hombres es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre...y lo sacó el Señor de huerto del Edén...” (Génesis 3.22,23ª) ¡El ser humano estaba separado (muerto espiritualmente) para Dios! Pero el Señor Jesús fue movido a misericordia y le dijo al Padre: “Sacrificio y ofrendas no quisiste más me preparaste cuerpo. Holocausto y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí vengo, oh Dios para hacer tu voluntad...quita lo primero para establecer esto último...” (Hebreos 9:5-7,9b)
¡Nos podemos imaginar a los seres celestiales, disuadiendo al Señor Jesús de Su plan redentor¡ ¡No, Señor, por favor no lo hagas! _ “Quédate con nosotros”-gritaron los ángeles- Tal vez, hasta el mismo Ángel Gabriel, le dijera: ¡Permíteme tomar tu lugar, Señor!... _No. –respondió Jesús- Es preciso que yo mismo vaya a buscar y salvar lo que está perdido. Es necesario que yo, dé mi vida por el rescate de ellos. ¡Voy a reconciliar al hombre con Dios. Bajaré y moriré por él, no con una muerte cualquiera, sino con una muerte de cruz! Por ello, cuando el Señor se hizo Ser Humano, en aquella primera Navidad, los seres angelicales hicieron un coro que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en la alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2.14) ¡Esa buena voluntad para con los hombres pecadores, de los cuales yo soy el primero, es la del Crucificado! Porque, Él ¡escogió la cruz! Por eso, proclamamos el triunfo del crucificado.
El triunfo del Crucificado fue, es y será, el centro de la predicación del evangelio: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. ( 1 Corintios 2.2) ¡El triunfo del Crucificado fue contundente y total! Por ello, la predicación del Cristo crucificado es mi más alto privilegio! ¡Si de repente un día perdiera la memoria, la pido al Señor que solo me permita recordar una sola cosa: Cristo fue crucificado por mí!
Se cuenta que el pintor Rembrant, plasmó en un lienzo con todo su arte el Cristo crucificado. Pero los asistentes a la exposición se dieron cuenta de que entre la muchedumbre que pedía a gritos la crucifixión del Señor, el famoso pintor holandés, se pintó a sí mismo. Conmovido, lo explicó de está manera: “¡Sí, yo también ayude a crucificar al Señor!” Que diremos de otros de los grandes entre los grandes de la música George Frederic Handel, se cuenta que cuando escribió la última parte de su oratorio El Mesías, fue encontrado de rodillas y llorando. Al compositor alemán, la visión del Cristo crucificado y después reinando como Rey de reyes, lo había conmovido. ¡Nadie puede ser indiferente ante el triunfo del crucificado! Así lo vio un poeta anónimo del siglo XVI, en el famoso soneto: Al Cristo crucificado:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor,
muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Amados, yo no debo terminar esta carta sin invitarte con corazón apasionado por mi Señor y Salvador, a que aceptes el Regalo de la salvación a través del sacrificio de la cruz, porque hay lugar para ti en el plan redentor de Dios.
El Señor no bajó de cielo para concederte milagros y bienes temporales, nada más. No y mil veces, no. ¡Bajó del cielo para hacerte un lugar en el cielo! Ven a Él y dile:
Señor, perdóname mis pecados, te abro la puerta de mi corazón y acepto que Tú en la cruz del Calvario moriste por mí. Creo que también te levantaste de la tumba para hacerme un triunfador contigo. Gracias Señor, porque sé que me has oído. Ayúdame a serte fiel. Amén. ¡Dios te bendiga!
Es todo por hoy, ¡Felices pascuas de resurrección!
Pastor y amigo,
Francisco Aular
(703) 368-9176
faular@hotmail.com
faular@hotmail.com
Visite también la bitácora que habla de las Marchas:
http://francisco-aular.blogspot.com/
http://francisco-aular.blogspot.com/
5 Comments:
ehhhhhhhhhhhhh!!!
espero que nunca se olvida que la PRIMERA con la idea del blog fui yo y todo el mundo me ha copiado a mi.... aja!
bendiciones!!!
vanessa
* OLVIDEN. ya se me olvido como escribir en español.
v
¡Cierto! Muchas gracias por tu inspiración para todos nosotros que estamos aprendiendo. Sigue escribiendo porque lo haces muy bien. ¡Cuídate!
Pastor y amigo,
Amado Francisco, muy bueno te felicito. Para eliminar en tu perfil el signo de "libra", quita la fecha de tu nacimiento o cumpleanos y eso eliminara de que signo eres.
Bueno tu y yo somos del signo de la cruz, pero la cruz vacia, nuestra pasion y triunfo y victoria por la eternidad.
Sirviendole a El
Juan Daniel
jgonzales@firstnorfolk.org
Gracias, muchas gracis, mi querido Juan Daniel. Estarè haciendo eso, lo màs pronto posible.Saludos a tu esposa e hijos. Por favor, salùdame tambièn a tus padres.
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